segunda-feira, 29 de junho de 2015

¿Dónde está el comunista?



 

Había acabado el último trago de whisky cuando fui a la ventana y ví el auto de DOPS parado abajo. Dejé el vaso vacío sobre la mesita ratona y desde el medio de la sala pude oír la puerta de rejas del ascensor abriendo y cerrándose afuera. Sonó el timbre y luego de un largo silencio un golpe derrumbó la puerta. Tres hombres de traje negro y armas en las manos invadieron el departamento.


Conocí a Pedro una tarde soleada en el campus de la universidad. Yo estaba sentado en el pasto y tenía un libro viejo y de tapa amarillenta en las manos: sonetos de García Lorca. Pedro estaba a poca distancia y de frente a mí, recostando la cabeza sobre el tronco de un árbol. Me miraba constantemente al punto de perturbarme. Discretamente guardé el libro en la mochila. Él, anticipando mi partida, esbozó una sonrisa y con el rostro de lado me preguntó: “¿Conoces a Maiakovsky?”. Respondí que no y me fui. No percibí maldad en su voz ni en sus ojos pero eran tiempos difíciles.

La segunda vez que lo vi fue algunos días después. Las calles estaban movilizadas pero en relativa normalidad. Había pasado por el mercado de la esquina a comprar frutas, cigarrillos y el diario y fue frente al edificio de mi casa qué mientras buscaba las llaves entre las bolsas oí un disparo no muy lejos de ahí. Todo el mundo empezó a correr. Escuché gritos y aparecieron hombres a caballo arremetiendo contra la multitud. Piedras por los aires, humo, estruendos y pedazos de madera esparcidos por el suelo. Incluso volaban canicas. Fue, en medio de todo eso, que Pedro apareció. “¡Por favor, déjame entrar!”. Llevaba el pelo desarreglado y unos lentes oscuros. “¡Vamos! No hay tiempo para explicaciones, abre la puerta!”. Mientras subíamos sonaron algunos disparos mas. Al llegar al departamento se recostó en el sofá. Preferí no preguntar por lo ocurrido. Abrió el periódico que estaba en una de las bolsas y señaló, como si nada, una receta de torta de ananá que se encontraba en la plana central.

Desde aquel día en adelante pasé a ver a Pedro mas seguido. Me visitaba generalmente durante la noche. Conversábamos y bebíamos alguna cosa mientras él tocaba la guitarra. Recuerdo que cierta vez me comentó su voluntad de estudiar veterinaria en lugar de filosofía. Digamos que Pedro era… un chico demasiado interesante, de un tipo específico que ya tiene su opinión formada sobre todo y, además, un humor espectacular –lo que hacía nuestras noches mucho mas alegres-. Siempre que lo esperaba miraba el cielo a través de la ventana. La mayoría de las veces cocinaba antes y dejaba lista la cena pero hubo un día que lo esperé y ya no apareció. Espere hasta tarde y nada. Intenté imaginar donde pudiese buscarlo pero entendí que no era posible. Pues no sabía siquiera donde era su casa y por la universidad no lo había vuelvo a ver. Si bien conocía su costumbre de mirar fijamente el techo antes de dormir o la metódica forma en que balanceaba una copa de vino antes de tomar o la manera desencajada en que bailaba Great balls on fire, no sabía cómo encontrarlo pues siempre él venía hacía mí. Esperé al siguiente día, al siguiente, al siguiente del siguiente y nada. En cada calle que caminé mis ojos buscaban los de él. Aún así nunca más lo vi.


“¿Dónde está el comunista?” decían mientras lo revolvían todo con violencia. Uno de ellos me agarró del brazo y me arrojó contra el sofá. “¿Dónde está él? ¡Hable ahora!”. Entonces vino el puñetazo. Me desmayé y no desperté hasta estar completamente solo, sangrando por la sien.

Los muebles tumbados, la tapa de la mesa sobre la alfombra y un silencio enloquecedor pegando contra todo a la vez. Llevé mi mano a la cara y sentí la viscosidad de la sangre entre los dedos. Seguía mareado y todo se tornó confuso. Pero fue allí, en la curva de aquel instante, que percibí que ellos nunca encontrarían lo que estaban buscando. Con la misma certeza de la cicatriz dejada en mi rostro supe que Pedro estuvo allí todo el tiempo. Dentro de mí.


by Daniel Costa Braga
Traducción: Rodrigo Márquez
 


Versão original publicada em:
BRAGA, Daniel Costa. Onde está o comunista? In: BRASIL, Luiz Antonio de Assis (Org.). Pedra, Papel e Tesoura: Contos de Oficina 38. Porto Alegre: Bestiário, 2008. p. 25-27.

terça-feira, 24 de março de 2015

 
Uma vez eu dividi apartamento com um garoto que cantava Sidney Magal embaixo do chuveiro. Não importava o estado de ânimo, se estava alegre ou triste, se era inverno ou verão, o repertório não mudava. Seguido ao barulho do chuveiro, do vapor que saia por baixo da porta, do perfume suave e adocicado de sabonete, logo se ouvia uma voz grave cantarolando Tenho / um mundo de sensações / um mundo de vibrações / que posso te oferecer.

Houve então um dia em que fomos a um karaokê. E a música escolhida por ele foi a mesma. O peito estufado, a voz firme de barítono, um sorriso de ponta a ponta, fez todo mundo parar para vê-lo cantar. E o garçom trouxe até um drinque ofertado por alguém que assistia e se encantou com a performance. Mal sabiam que tudo aquilo vinha sendo ensaiado, pacientemente, todos os dias sob pingos vaporosos. Hoje, quando sinto saudades dele, escuto a canção.

Na maioria das vezes em que estou lendo algum romance, tenho o hábito de imaginar alguém que conheço como se fosse os personagens. E isso é esquisito, porque toda vez que olho para um amigo específico, enxergo a Macabéa. Tenho também convicção de que Daniel Galera se inspirou em uma outra amiga para criar Anita van der Goltz Vianna, do livro “Cordilheira”.

De um antigo amor, herdei o gosto por Guns N'Roses. E semeei o gosto por Caio Fernando Abreu.

Tive uma colega de trabalho que não tomava nada alcoólico e pedia sempre suco de goiaba quando ia com a galera pro barzinho.

O perfume Thaty, do O Boticário, será sempre o cheiro da minha mãe. E a música La Mer, do Ray Conniff me fará sempre lembrar dela dançando com a vassoura enquanto faxinava.

Saias de tule, canja e garrafas de absinto eternamente terão o poder de me transportar a situações engraçadas que tive o prazer de vivenciar.

Assim como, até hoje, sou capaz de fechar os olhos e sentir o sabor do bolo do meu aniversário de 25 anos, o que me faz lembrar de todas as pessoas que estiveram comigo naquele dia.

Há ainda os amigos que não possuem conexão alguma com coisas que, mesmo assim, me fazem lembrar deles. Quando escuto Amy Winehouse, por exemplo, me vem à cabeça lembranças de uma grande amiga que atualmente é cristã fervorosa e nada tem a ver com a Amy (talvez os trejeitos, ou nem isso).

Há também inúmeras pessoas e situações que, talvez por estarem tão inconscientemente inscritas e fazerem parte do cotidiano, é inviável representá-las em forma de objetos ou qualquer outra coisa que não seja abstrata. Estas repousam no escaninho dos afetos indizíveis e das experiências inarráveis. E, nem por isso, menos importantes.

Saudosamente olho ao redor e, de um simples exercício de reflexão, emerge a compreensão de porquê tantas coisas acumuladas, e tidas como extensão daquilo que sou. Livros ao lado da cama, discos, cartas, dedicatórias, fotografias, anotações em guardanapos amassados, papel de bombom, tampa de garrafa, conchinhas, folhas secas, vidros de perfume. Em maior ou menor grau, todas representam algo que serve de acalanto. Um relicário.

Em contrapartida, como forma de evitar as más recordações, já rasguei muitas fotografias, já doei muitos livros para o sebo e fujo de muitas melodias. Ainda que, tais coisas, em determinadas ocasiões, persistam em latejar.

Vejo o horizonte enegrecido e estou quase certo de que irá chover.