Había
acabado el último trago de whisky cuando fui a la ventana y ví el
auto de DOPS parado abajo. Dejé el vaso vacío sobre la mesita
ratona y desde el medio de la sala pude oír la puerta de rejas del
ascensor abriendo y cerrándose afuera. Sonó el timbre y luego de un
largo silencio un golpe derrumbó la puerta. Tres hombres de traje
negro y armas en las manos invadieron el departamento.
Conocí
a Pedro una tarde soleada en el campus de la universidad. Yo estaba
sentado en el pasto y tenía un libro viejo y de tapa amarillenta en
las manos: sonetos de García Lorca. Pedro estaba a poca distancia y
de frente a mí, recostando la cabeza sobre el tronco de un árbol.
Me miraba constantemente al punto de perturbarme. Discretamente
guardé el libro en la mochila. Él, anticipando mi partida, esbozó
una sonrisa y con el rostro de lado me preguntó: “¿Conoces a
Maiakovsky?”. Respondí que no y me fui. No percibí maldad en su
voz ni en sus ojos pero eran tiempos difíciles.
La
segunda vez que lo vi fue algunos días después. Las calles estaban
movilizadas pero en relativa normalidad. Había pasado por el mercado
de la esquina a comprar frutas, cigarrillos y el diario y fue frente
al edificio de mi casa qué mientras buscaba las llaves entre las
bolsas oí un disparo no muy lejos de ahí. Todo el mundo empezó a
correr. Escuché gritos y aparecieron hombres a caballo arremetiendo
contra la multitud. Piedras por los aires, humo, estruendos y pedazos
de madera esparcidos por el suelo. Incluso volaban canicas. Fue, en
medio de todo eso, que Pedro apareció. “¡Por favor, déjame
entrar!”. Llevaba el pelo desarreglado y unos lentes oscuros.
“¡Vamos! No hay tiempo para explicaciones, abre la puerta!”.
Mientras subíamos sonaron algunos disparos mas. Al llegar al
departamento se recostó en el sofá. Preferí no preguntar por lo
ocurrido. Abrió el periódico que estaba en una de las bolsas y
señaló, como si nada, una receta de torta de ananá que se
encontraba en la plana central.
Desde
aquel día en adelante pasé a ver a Pedro mas seguido. Me visitaba
generalmente durante la noche. Conversábamos y bebíamos alguna cosa
mientras él tocaba la guitarra. Recuerdo que cierta vez me comentó
su voluntad de estudiar veterinaria en lugar de filosofía. Digamos
que Pedro era… un chico demasiado interesante, de un tipo
específico que ya tiene su opinión formada sobre todo y, además,
un humor espectacular –lo que hacía nuestras noches mucho mas
alegres-. Siempre que lo esperaba miraba el cielo a través de la
ventana. La mayoría de las veces cocinaba antes y dejaba lista la
cena pero hubo un día que lo esperé y ya no apareció. Espere hasta
tarde y nada. Intenté imaginar donde pudiese buscarlo pero entendí
que no era posible. Pues no sabía siquiera donde era su casa y por
la universidad no lo había vuelvo a ver. Si bien conocía su
costumbre de mirar fijamente el techo antes de dormir o la metódica
forma en que balanceaba una copa de vino antes de tomar o la manera
desencajada en que bailaba Great
balls on fire,
no sabía cómo encontrarlo pues siempre él venía hacía mí.
Esperé al siguiente día, al siguiente, al siguiente del siguiente y
nada. En cada calle que caminé mis ojos buscaban los de él. Aún
así nunca más lo vi.
“¿Dónde
está el comunista?” decían mientras lo revolvían todo con
violencia. Uno de ellos me agarró del brazo y me arrojó contra el
sofá. “¿Dónde está él? ¡Hable ahora!”. Entonces vino el
puñetazo. Me desmayé y no desperté hasta estar completamente solo,
sangrando por la sien.
Los
muebles tumbados, la tapa de la mesa sobre la alfombra y un silencio
enloquecedor pegando contra todo a la vez. Llevé mi mano a la cara y
sentí la viscosidad de la sangre entre los dedos. Seguía mareado y
todo se tornó confuso. Pero fue allí, en la curva de aquel
instante, que percibí que ellos nunca encontrarían lo que estaban
buscando. Con la misma certeza de la cicatriz dejada en mi rostro
supe que Pedro estuvo allí todo el tiempo. Dentro de mí.
by Daniel Costa Braga
Traducción: Rodrigo Márquez
Versão original publicada em:
BRAGA, Daniel Costa. Onde está o comunista? In: BRASIL, Luiz Antonio de Assis (Org.). Pedra, Papel e Tesoura: Contos de Oficina 38. Porto Alegre: Bestiário, 2008. p. 25-27.
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